El 13 de mayo de 2025, Uruguay y el mundo despidieron a José Alberto Mujica Cordano, conocido como Pepe Mujica, quien falleció a los 89 años tras una larga batalla contra el cáncer de esófago. Su muerte, anunciada por el presidente Yamandú Orsi en redes sociales, marcó el fin de una vida dedicada a la lucha política, la defensa de los derechos humanos y la promoción de un modelo de vida austero que desafió los cánones del poder tradicional. Exguerrillero, preso político, ministro, senador y presidente de Uruguay (2010-2015), Mujica trascendió las fronteras de su país para convertirse en un símbolo global de integridad y humildad. Su legado, tejido entre reformas progresistas y una filosofía de vida contraria al consumismo, sigue siendo un faro para movimientos sociales y líderes que buscan reconciliar la política con la ética.
José Mujica nació el 20 de mayo de 1935 en el barrio Paso de la Arena, Montevideo, en el seno de una familia de ascendencia vasca e italiana. Su padre, Demetrio Mujica, era un pequeño productor agropecuario de origen vasco, mientras que su madre, Lucía Cordano, provenía de inmigrantes ligures establecidos en Carmelo. La muerte prematura de su padre en 1941 sumió a la familia en la pobreza, lo que obligó a Mujica a trabajar desde niño vendiendo flores y ayudando en tareas rurales. Esta infancia marcada por la escasez, pero también por el contacto con la tierra, forjó su carácter resiliente y su posterior rechazo al materialismo.
Aunque asistió a la escuela pública y al liceo, Mujica no completó su educación formal. En su adolescencia, combinó el trabajo en el campo con la lectura voraz en la biblioteca de la Facultad de Humanidades, donde descubrió textos anarquistas y marxistas que moldearon su pensamiento. Su tío materno, Ángel Cordano, militante del Partido Nacional, lo introdujo en la política, pero su desencanto con las estructuras partidistas tradicionales lo llevó a buscar caminos más radicales.
En 1964, Mujica se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros (MLN-T), una guerrilla urbana inspirada en la Revolución Cubana. Con el alias Facundo, participó en secuestros, expropiaciones y enfrentamientos contra el gobierno de Jorge Pacheco Areco, que respondió con medidas represivas bajo el marco de las medidas prontas de seguridad. En 1970, sobrevivió a un tiroteo donde recibió seis balazos, un episodio que reforzó su imagen de líder temerario.
Capturado en 1972, Mujica fue encarcelado durante la dictadura cívico-militar uruguaya (1973-1985). Pasó 13 años en condiciones infrahumanas: confinado en celdas de aislamiento, sin acceso a libros ni luz solar, y sometido a torturas sistemáticas. Junto a otros líderes tupamaros, fue declarado rehén del régimen, lo que significaba que su ejecución era inminente si la guerrilla reactivaba sus operaciones. Esta experiencia, lejos de alimentar su rencor, lo llevó a abrazar la reconciliación: “El odio no construye”, repetiría años después.
Tras su liberación en 1985, Mujica cofundó el MPP, un movimiento político dentro del Frente Amplio que buscaba canalizar las demandas sociales a través de la vía democrática. Su carisma y habilidad para conectar con las clases trabajadoras lo llevaron al Parlamento como diputado en 1994 y luego como senador en 1999. Su estilo llano -llegaba al Congreso en moto y vestía vaqueros- contrastaba con la solemnidad de la política tradicional, ganándose el apodo de “el Pepe”.
Bajo el primer gobierno de Tabaré Vázquez, Mujica asumió el Ministerio de Ganadería, donde promovió políticas para pequeños productores y enfrentó resistencias por su pasado guerrillero. Aunque su gestión fue pragmática, mantuvo su crítica al modelo agroexportador neoliberal: “La tierra no es una mercancía, es un bien social”.
En 2013, Uruguay se convirtió en el primer país del mundo en regular el mercado de cannabis recreativo bajo control estatal. Mujica defendió la medida como una estrategia para debilitar al narcotráfico y reducir la violencia asociada: “No es que la marihuana sea buena, pero la prohibición había fracasado”. La ley, aunque criticada por organismos internacionales, redujo los índices de delitos relacionados con drogas y generó un debate global sobre políticas antidrogas.
En 2013, Uruguay aprobó el matrimonio entre personas del mismo sexo, consolidándose como pionero en derechos LGBTQ+ en América Latina. Ese mismo año, tras décadas de debate, se despenalizó el aborto hasta la semana 12 de gestación. Mujica argumentó que “es hipócrita ignorar una realidad que afecta a miles de mujeres”, enfatizando la necesidad de reducir los abortos clandestinos.
Mujica destacó por gestos simbólicos, como recibir a presos de Guantánamo y refugiados sirios, y por mediar en el proceso de paz colombiano. Su discurso en la ONU en 2013, donde criticó el consumismo y llamó a priorizar la justicia social sobre el crecimiento económico, resonó internacionalmente: “Hemos sacrificado a los dioses inmateriales para adorar al dios mercado”.
Mujica rechazó la residencia presidencial y optó por vivir en su modesta chacra, donde cultivaba flores y criaba animales. Donaba el 90% de su salario a programas sociales y conducía un Volkswagen Beetle de 1987, símbolo de su desapego material. “No soy pobre; soy sobrio. La pobreza es querer mucho, no tener poco”, declaró, desafiando la lógica capitalista.
En foros como Río+20 (2012), Mujica alertó sobre la insostenibilidad ambiental del consumismo: “Si todos vivieran como un estadounidense, necesitaríamos tres planetas”. Promovió un modelo de desarrollo basado en la felicidad colectiva y no en el PIB, ideas que lo acercaron a movimientos ecologistas y anticapitalistas.
Diagnosticado con cáncer de esófago en abril de 2024, Mujica enfrentó la enfermedad con la misma serenidad que caracterizó su vida. En enero de 2025, anunció que el cáncer había metastatizado en su hígado y decidió suspender los tratamientos: “El guerrero tiene derecho a descansar”. Aun así, apoyó activamente la campaña de Yamandú Orsi, su delfín político, contribuyendo al retorno del Frente Amplio al poder en noviembre de 2024.
Su muerte generó condolencias globales. Líderes como Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile) y Pedro Sánchez (España) elogiaron su coherencia y humanismo. Evo Morales lo definió como “un hermano que creyó en la Patria Grande”, mientras que Nicolás Maduro destacó su “lucha incansable por la justicia”. En Perú, donde había visitado en 2011 y comentado sobre crisis políticas recientes, su figura fue recordada como un ejemplo de ética pública.
José Mujica legó un modelo de política basado en la autenticidad y el servicio. Sus reformas transformaron a Uruguay en un laboratorio de progresismo, mientras su vida austera cuestionó los privilegios del poder. Sin embargo, su trayectoria no estuvo exenta de paradojas: el exguerrillero que abrazó la democracia, el presidente pobre en un mundo obsesionado con la riqueza, el crítico del consumismo que usó su imagen para promover causas globales.
Más que un líder, Mujica fue un espejo que reflejó las contradicciones de nuestra época. Su historia invita a repensar el papel de la política en la construcción de sociedades más justas y sostenibles. Como él mismo dijo: “No se vive de recuerdos, sino de porvenir”. En un mundo fracturado por la desigualdad y la crisis climática, su voz sigue siendo un llamado a priorizar la humanidad sobre el poder.